Escribí sobre mí: «odio la tendencia general a negar el fracaso, sin el que no hay aprendizaje«. Y día a día me doy cuenta de que esta tendencia más parece una especie de religión cuyo primer precepto sea «yo nunca me equivoco».

Comprobamos que es muy habitual responder a la clásica pregunta ¿te has arrepentido de algo alguna vez en tu vida?, con un contundente no me arrepiento de nada.

El gran exponente de esto es la clase política. Algún asesor de comunicación les ha debido de grabar a fuego que reconocer errores transmite debilidades, y ellos, lección aprendida, no se arrepienten ¡de nada! Y cuando uno lee los periódicos se pregunta, pero, ¿de nada de nada?

La semana pasada veía un documental sobre el accidente de Palomares de 1966, en el que un B52 americano cargado con cuatro bombas termonucleares colisionó con un KC-135 de aprovisionamiento en vuelo, cargado con más de 100.000 litros de combustible. Entrevistados los hoy nonagenarios pilotos de la expedición, uno de ellos sostiene «no cometimos ningún error«. Pues, hombre, a mí me parece que algo debió de no haberse hecho del todo bien.

Ayer leía en el blog de un directivo, el problema por el que estaba atravesando en la contratación de una posición en la que tiene una altísima rotación. Decía: «Hoy, año y medio después, nos encontramos en la misma situación y las razones creo que siguen siendo las mismas. A uno, que le preocupan estas cosas, le da por analizar todas las posibles causas del por qué se llega a estas situaciones, y lo primero es ver si el problema es exclusivamente nuestro, algo que sería verdaderamente preocupante. Dos circunstancias me dan la certeza que no ser así, la primera, más de uno de los que anteriormente pasaron por aquí, hoy estarían encantados de volver y la segunda es observar que la situación se repite de forma recurrente en empresas análogas«.

Los que dirigimos equipos tenemos que estar permanentemente abiertos a la posibilidad de que las cosas que no funcionan puedan ser una consecuencia de nuestro (mal) hacer. Este directivo admite la posibilidad del error, pero, pronto la desestima, con dos argumentos: una primera opción poco creíble, porque solucionaría su problema, y una segunda que puede no ser más que la constatación de un «mal de muchos».

El error es la llave del aprendizaje, y, si no lo reconocemos, estamos posponiendo esta etapa.

APRENDIZAJE = RIESGO + ERROR

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