A veces el cine esconde tratados, alegatos, concepciones sociales y discursos muy complejos y elaborados. Ese es el caso de The Fountainhead (El manantial), basada en la novela homónima de Ayn Rand, una mujer nacida en 1905 en San Petersburgo y que detestaba la revolución de 1917 que empobreció su tierra y a su familia.

Son importantes estos datos biográficos para entender quién y en qué momento lanza, en boca de Howard Roark, el arquitecto protagonista de El Manantial, un alegato que pone sobre el tapete asuntos como el principio del individualismo y los derechos inalienables, la naturaleza de la creatividad, el individuo y la sociedad, la destrucción y el horror colectivista en la historia, la libertad individual, etc. u otros más recientes como el del personal branding.

Aquí, el corte de El Manantial, ya conocido como El alegato de Howard Roark:

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El alegato de Howard Roark en El manantial (The Fountainhead), con una extensión algo mayor que la del corte de vídeo:

«Hace millones de años un hombre primitivo descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la hoguera que él había encendido para sus hermanos pero les dejó un regalo inimaginable al hacer desaparecer la oscuridad de la tierra.

A través de los siglos hubo hombres que dieron los primeros pasos por nuevos caminos apoyados solamente en su visión. Los grandes creadores, los pensadores, los artistas, los científicos, los inventores, lucharon contra sus contemporáneos. Se oponían a todos los nuevos pensamientos, todos los nuevos inventos eran denunciados y recusados pero los hombres con visión de futuro salieron adelante.

Lucharon, sufrieron y pagaron por ello, pero vencieron. Ningún creador estuvo tentado por el deseo de complacer a sus hermanos. Ellos odiaron el regalo que él ofrecía, su verdad era su único motivo, su trabajo era su única meta. Su trabajo, no el de los que se beneficiaran de él. Su creatividad, no el beneficio que de ella obtendrían otros. La creación que daba forma a su verdad.

Él mantenía su verdad sobre todo y contra todos. Seguía adelante sin tener en cuenta a los que estaban de acuerdo con él o a los que no. Con su integridad como única bandera. Él no servía a nadie ni a nada. Sólo vivía para sí mismo. Y sólo viviendo para sí mismo pudo lograr las cosas que luego se han reconocido como la gloria de la humanidad.

Esa es la naturaleza de la creatividad, el hombre no puede sobrevivir si no es a través de su mente. Llega al mundo desarmado, su cerebro es su única arma. Pero la mente es un atributo del individuo, es inconcebible que exista un cerebro colectivo. El hombre que piensa debe pensar y actuar por sí solo. La mente razonadora no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción, no puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás, no puede ser objeto de sacrificio.

El creador se mantiene firme en sus convicciones, el parásito sigue las opiniones de los demás. El creador piensa, el parásito copia. El creador produce, el parásito saquea. El interés del creador es la conquista de la naturaleza, el interés del parásito es la conquista del hombre. El creador requiere independencia, ni sirve ni gobierna, trata a los hombres con intercambio libre y elección voluntaria; el parásito busca poder, desea atar a todos los hombres para que actúen juntos y se esclavicen. El parásito afirma que el hombre es sólo una herramienta para ser utilizada, que ha de pensar como sus semejantes y actuar como ellos y vivir la servidumbre de la necesidad colectiva prescindiendo de la suya.

Fíjense en la historia. Todo lo que tenemos, todos los grandes logros, han surgido del trabajo independiente de mentes independientes y todos los horrores y destrucciones, de los intentos de obligar a la humanidad a convertirse en robots sin cerebros y sin almas, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanza o dignidad. Es un conflicto antiguo, tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

Nuestro país, el más noble en la historia del hombre, tuvo su base en el principio del individualismo, el principio de los derechos inalienables. Fue un país donde el hombre era libre para buscar su felicidad, para ganar y producir no para ceder y renunciar. Para prosperar, no para morir de hambre. Para realizar, no para saquear. Para mantener como su propiedad más querida su sentido de valor personal y como virtud más apreciada su respeto propio. Miren los resultados. Esto es lo que los colectivistas les están pidiendo que destruyan como ya se ha destruido en gran parte de la tierra.

Soy arquitecto y juzgo el futuro por las bases sobre las que lo estamos construyendo. Nos acercamos a un mundo en el cual no puedo permitirme vivir. Mis ideas son propiedad mía, me fueron arrebatadas por la fuerza, por violación de contrato. No se me permitió apelar. Se dijo que mi trabajo pertenecía a los demás para hacer con él lo que quisieran, que tenían sobre mí un derecho sin mi consentimiento, que era mi deber servirles sin elección o recompensa.

Ya saben por qué dinamité el edificio Portland. Yo lo diseñé. Yo lo hice posible. Yo lo destruí. Acepté diseñarlo con el propósito de verlo construir según mis deseos. Ese fue el precio que puse a mi trabajo, y no fui pagado. Mi edificio fue desfigurado por capricho de quienes obtuvieron todos los beneficios de mi trabajo y no me dieron nada a cambio.

He venido aquí a decir que no reconozco que nadie tenga derecho a un minuto de mi vida, ni a ninguna parte de mi energía, ni a cualquier logro mío, sin importar quién lo reclame. Tenía que decirlo. El mundo está sufriendo una orgía de auto-sacrificio.

He venido aquí para ser escuchado en nombre de todos y cada uno de los hombres independientes del mundo. He querido exponer mis ideas. No me interesa trabajar ni vivir por otras. Defiendo por convicción el sagrado derecho que tiene el hombre de vivir con libertad de elección

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Un texto con mucho fondo. Con una importante carga ideológica y filosófica. Para leer y escuchar una y otra vez. Y quizás analizar dónde estamos y dónde queremos ir, como individuos y como sociedad.

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