Un niño no vacunado de Olot se ha convertido en el primer caso de difteria -desde 1987- tras casi 30 años de erradicación de la enfermedad en España. (ACTUALIZACIÓN 28 junio de 2015: El niño de seis años infectado de difteria en Olot ha fallecido en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona).
Sobre esta noticia surgen varias reflexiones:
1. La responsabilidad de los padres frente a la vida de sus hijos.
El principal motor de los grupos antivacunas es la falta de memoria. Sus argumentos se sustentan en base a que lo que está en juego no parece un riesgo real. Las enfermedades erradicadas parecen ser cosa del pasado. Los que hoy son papás en Europa y EE.UU. ya no tuvieron compañeros de clase paralizados por la polio, por poner un ejemplo. Pero esas enfermedades son del pasado gracias a las vacunas y los expertos avisan de que aunque nos olvidemos de las enfermedades, ellas no se olvidan de nosotros. Qué bien lo explica Jennifer Raff.
2. La solidaridad frente al conjunto de la sociedad
Los antivacunas se aprovechan de la immunidad del grupo a las enfermedades ya controladas (algunas de ellas letales para ciertos colectivos de riesgo), pero a la vez sus conductas pueden convertirse en un foco de infección/contagio.

Además de desmemoriado, hay que ser un ignorante y un insolidario para sostener la tesis de los antivacunas
3. La libertad de los padres de decidir sobre los tratamientos que han de recibir los hijos.
Avanzo que creo que, además de desmemoriado, hay que ser un ignorante para sostener la tesis de los antivacunas pero -a riesgo de sorprender al lector- planteo un dilema ético: si un padre, testigo de Jehová, no acepta para su hijo un transplante o transfusión de sangre, ¿hay que obligarle?
Dilema ético: si un padre, testigo de Jehová, no acepta para su hijo un transplante o transfusión de sangre, ¿hay que obligarle?
Mi respuesta es -ya avisé del riesgo de sorprender al lector, pero sólo al nuevo, el más fiel conoce de mi defensa de la libertad del individuo- es que hay que respetar esa libertad.
4. La responsabilidad de los padres en sentido más amplio, incluido el económico.
El lector que me conoce, sabe también de creo en el valor de la responsabilidad personal y que rechazo de plano esta especie de inmadurez colectiva que nos lleva a pensar que somos acreedores de todos los derechos sin ninguna obligación.
No podemos obligar a un padre a vacunar a su hijo, pero creo -en cambio- que no pueden los padres obligarnos a los demás a financiarles el capricho de no hacerlo en un sistema de sanidad gratuita y universal. En el caso que nos ocupa, el gobierno español ha tenido que poner en marcha su maquinaria, no sólo sanitaria sino diplomática, para traer a España, desde Rusia, la antitoxina diftérica.
No podemos obligar a un padre a vacunar a su hijo, pero no pueden los padres obligarnos a los demás a financiarles el capricho de no hacerlo
Papás de Olot, vosotros habéis decidido correr el riesgo. Aquí vuestra factura. Tranquilos, tenéis toda una vida para pagarnos el tratamiento que la sociedad os ha adelantado para salvar -por el camino más largo y anticientífico- la vida de vuestro hijo. Con mis mejores deseos para él.
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– De difteria, antivacunas y el estado, por Antonio Ortiz.
3 junio, 2015 at 19:06
Muy bueno Jorge, el otro día vi un capítulo de una serie que iba precisamente de eso en Nueva York
6 junio, 2015 at 12:01
Hola, Jorge.
Discrepo en el punto 4. Dices que no podemos obligar a un padre a vacunar a su hijo. Aquí no está en cuestión la libertad del padre, sino la salud y los derechos de un niño que todavía es dependiente. El niño tiene derecho a una infancia saludable. Si tiene unos padres negligentes el Estado debe protegerle de los padres. Si el niño sufriera maltrato en casa o no estuviera bien atendido, el Estado (en teoría uno que se preocupara de las personas) debería quitar la custodia a los padres y hacerse cargo. Cuidado, utilizo el ejemplo como comparación, no estoy diciendo que haya que quitar la custodia a los padres que no vacunan.
Si unos padres no vacunan al niño y si la vacuna está justificada por estudios científicos, habría que emprender acciones legales, administrativas o económicas contra los padres para forzarles a vacunar. El estado debe garantizar la seguridad del niño frente a la libertad de padres negligentes.
Un saludo, Carlos.
8 junio, 2015 at 10:37
Hola, Carlos. Sólo planteo la siguiente tesis: en el caso de un criterio distinto entre los padres y el Estado, creo que ha de primar la decisión de los padres (siempre que no concurran en los padres circunstancias incapacitantes). No defiendo la negligencia de los padres sino la prevalencia de su criterio cuando de ello se trata.
De hecho, yo también creo que tú crees que los padres tienen un derecho sobre los hijos superior al Estado. Hablas de la obligatoriedad de vacunar a los niños pero dices “Cuidado, utilizo el ejemplo como comparación, no estoy diciendo que haya que quitar la custodia a los padres que no vacunan.” Y yo creo que tu propuesta llevada hasta el final sí llevaría a quitar la custodia a los padres.
Al final, defiendo la responsabilidad, no sólo la libertad. Por eso digo que no podemos obligar a un padre a vacunar a su hijo, pero no pueden los padres obligarnos a los demás a financiarles el capricho de no hacerlo.
Muchas gracias por leerme.
8 junio, 2015 at 8:42
Hola Jorge,
Hay dos puntos que me sugieren dudas, y como me gusta debatir contigo, lo expongo:
– Sobre los Testigos de Jehová: SI por una convicción religiosa (o de otra índole) un grupo de la población considerase que sus hijos no deben ir al colegio porque en casa se les puede enseñar, ¿el estado debería poder dejar a esos chicos sin la educación correspondiente?.
– En cuanto a las consecuencias: el problema añadido al económico es el de salud del entorno. No me preocupa tanto la factura del medicamente como las posibles infecciones y contagios de los demás o la propagación de la enfermedad. Eso, en mi opinión, es una negligencia añadida a la personal, con unas connotaciones sociales que no pueden estar al margen.
UN placer leerte, como siempore
Un abrazo
Manuel
8 junio, 2015 at 10:46
Manuel, por partes:
1. Lo que planteas sobre la no obligatoriedad de acudir al colegio, pensando que en casa se les puede enseñar, es la ya vieja corriente del homeschooling.
Sobre el homeschooling, te diré que me parece una barbaridad. ¿Por qué digo eso? Se basa, a mi juicio, en un criterio central claramente erróneo: un papá puede enseñar a un hijo cualquier cosa. Es tan absurdo como pensar que cualquier trabajador puede desempeñar cualquier posición.
2. Tienes toda la razón, por eso hablo de insolidaridad en mi punto 2.
Conclusión, la corriente antivacunas, como la del homeschooling (con muchos puntos comunes) son, desde mi punto de vista una aberración. Pero, entendiendo que la libertad es un valor superior, defiendo la libertad de tomar las decisiones que los padres entiendan como mejores. Aunque sean así de estúpidas.